miércoles, 16 de septiembre de 2009

Destino.

Incoherente destino, soberbia incasualidad. Puedo oler tu perfume pero decime en donde estas. Nunca quise equivocarme, pero eso suele pasar, yo intentaba curarte pero te termine de lastimar. No puedo ir a buscarte, el viento me empuja para atrás, la arena me ancla al piso como un barco en alta mar. Como toda historia siempre hay algo de ficción, un poco de vuelo para esta loca imaginación. Hace frío y esta estufa no calienta, mucho menos al colchón. En una punta del pueblo se reivindica el amor en una fiesta para dos, mientras que en la otra hay una cama de dos plazas para un solo corazón, una hoja escrita en un solo renglón y la luz tenue de un viejo velador. Se acabaron los cigarros, una Quilmes y la música del antaño grabador, el teléfono no suena y faltan quince para las dos. A veces me siento el rey del mundo y otras veces un simple peón que se queda temeroso en el casillero de su color. A veces juego a lo seguro y otras apuesto todo al veintidós, el loco, el desquiciado, el que sigue sin razón. A veces desaparezco, soy como humo en el viento, una moneda en la fuente de la suerte, un peatón que cruza por una esquina de Hong Kong. A veces me voy para volver mejor, y otras simplemente me voy para no volver, otras veces digo basta y otras tantas el basta me lo dicen a mí. La noche se deforma y uno la quiere enfrentar, pero ganan los pensamientos y así la empiezo a cruzar. Si duermo pierdo el tiempo, si pienso puedo perder mucho más. Destino imperfecto, basta para todos, basta para mi

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